Azul turquesa Capítulo 1 - Llámenme universitaria

 Me he resuelto a llevar un diario de mi vida como estudiante de biología marina en la universidad de Thalassia. Aunque no sea la primera vez que estudio en el extranjero, sí es la primera vez que me hallo a más de un continente de distancia de casa y la protección de mi padre. Guardo la esperanza de que estas páginas me sirvan a modo de apoyo emocional. Para una chica de campo, algo rellenita y llena de alergias, no fue nada fácil viajar desde el norte hacia el trópico; primero en carreta, luego en barco, y carreta otra vez, durante los últimos meses, para encima haber llegado un día tarde. Debo contenerme para no botar el contenido de mi estómago mientras escribo. No obstante, fui yo la empecinada en ir al otro lado del mundo a estudiar una carrera que nada tiene que ver con pastorear ovejas u ordeñar vacas.

Solté un suspiro lánguido apenas los caballos comenzaron a aminorar la marcha al penetrar en la ciudad costera de Blaukis, donde se encuentra mi destino; el resto del camino me tocaría hacerlo a pie. El cochero me lanzó mi maleta de caoba, que al recibirla me hizo caer de espaldas al pavimento; el repiqueteo de las herraduras se tornó distante en los segundos que tardé en ahogar un grito. Al volver en mis sentidos fui inundada por el clamor de la ciudad. El salitre del aire invadía con violencia mis fosas nasales en tanto expulsaba el vaho a bocanadas por mi boca y nariz. Nos encontramos en invierno, pero en estas tierras no nieva ni se congela el mar como en casa; ello me confirmó cuán lejos me encuentro de mi hogar y me envolvió un torbellino de inseguridades, temor y añoranza.

Contuve el aliento, me puse en pie, sacudí el polvo de mis ropas, sequé las lágrimas, agarré fuerte mis pertenencias y, ya más calmada, retomé el rumbo. Para los transeúntes debió lucir cómica la escena de una chica bajita empeñada en arrastrar una maleta de la mitad de su tamaño —aunque yo no conseguía verle lo divertido a realizar ese esfuerzo sobrehumano—. A medida que me acercaba al corazón de la ciudad comenzaba a divisar los muros imponentes de Thalassia esculpidos en coral; sobre estos, asomaban cimas retorcidas de torres y edificios, también de coral. Rumorean que la ahora universidad antaño solía ser el palacio de un imperio submarino extinto que fue abandonado cuando un movimiento tectónico lo elevó sobre el nivel del mar y pasó a formar parte del continente. En lo personal, prefiero no hacer caso a habladurías. Me disponía a cruzar el arco de la entrada, distraída por la maravilla arquitectónica, cuando, como un destello, una lanza se interpuso en mi camino. Fui recibida por un guardia de semblante severo, armadura completa, archivo bajo el brazo y la mencionada lanza.

—Nombre y propósito —demandó.

Tan súbito fue el acto que, al salir de mi ensimismamiento, di un brinco y solté el asa de la maleta; esta crujió al estamparse contra el suelo, como si se quebraran cristales dentro. Me agarré el pecho temiendo un infarto. Tal susto recibí. Deseé con toda mi alma que no se hubiera roto nada importante. Aquel hombre me miraba con las cejas enarcadas a través de la visera de su yelmo.

—Soy… Carla Vainfleur… —apresuré a decir a la vez que trataba de agacharme a recoger mis pertenencias.

Al levantar la maleta volvieron a escucharse los cristales rodar dentro de ella y el deslizar de algo líquido. Temí por lo que hallaría ahí más tarde. El guardia comenzaba a revisar los documentos en el archivo que se sacó de debajo del brazo; aparentaba ser alguna clase de listado.

—Vine a Blaukis para estudiar biología marina en Thalassia por recomendación de…

—Vainfleur… ¡Ah! —me interrumpió— El apellido de ese general extranjero que rogó porque aceptaran a su hija aquí.

Mi rostro se ensombreció y bajé la cabeza. Estaba acostumbrada a recibir ese desdén, al trato despectivo; donde llegara, solo era la hija de papá. «Pronto se irá», murmuraban. No esperaban a darme la oportunidad de demostrar lo que valía antes de juzgarme. Crucé la entrada abrazada a mi maleta sin pronunciar más palabra frente a la mirada confundida del guardia. Me encargaría de volver a cerrar esas bocas, decidí; voy a convertirme en la mejor bióloga marina que haya graduado esta universidad.

Al alzar la cabeza me deslumbró la belleza del complejo: peces surcaban el aire; extensos e intrincados canales de agua cristalina bordeaban los caminos y conectaban a pequeños estanques uniformemente repartidos, todo de coral; y una cúpula, solo visible desde el interior, recreaba el efecto que produce la luz al atravesar la superficie de un fluido. De acá para allá se paseaban humanoides con rasgos de la más variada fauna marina. Todo, desde la arquitectura hasta las propias plantas, daba la impresión de hallarse bajo el mar.

—Debes ser la señorita Carla, ¿cierto? —Se acercó a mí la que parecía ser una profesora de piel violácea con aletas por orejas.

Volteé alrededor para asegurarme de que no se refiriera a otra Carla. Cuando noté que solo yo estaba parada como una boba en la puerta de la universidad no pude evitar que el rubor se apoderara de mi rostro.

—S… Sí, soy yo. Pero ¿cómo sabe mi nombre? —respondí intrigada.

—Bueno, eras la única humana pura que faltaba por llegar, así que no fue difícil adivinarlo —río.

«Puros» es como se suele llamar a aquellos que no poseen rasgos animales. Aunque tengo un par de antepasados lejanos de la familia de los bovinos, carecía del valor para corregirla en ese momento. De todos modos, era cierto que ni mis padres, hermanas o yo evidenciamos rasgos de otras especies.

—Ya, ya veo. —Me carcomía la vergüenza por preguntar tal obviedad.



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