De crisálidas está hecho el mundo (relato lésbico)
Jasmín y Violeta se cubrían la boca; la risa fugitiva que intentaban contener se les escapaba entre los dedos. Reían de nervios. Para ambas era la primera vez haciéndolo con otra chica; para ambas era la primera vez haciéndolo en general. Se encogían con pudor, queriendo ocultarse de los ojos de su compañera, al mismo tiempo que ansiaban la atención de esos ojos. Reían. El colchón rechinaba con aquellos espasmos hilarantes en la penumbra. Apenas la distancia de un metro las separaba, un metro habitado por sus miradas.
Violeta prendió la lámpara del tocador. Jasmín la apagó de inmediato antes de que se hiciera la luz. Las manos se encontraron; hervían aquellas manos. Jasmín parecía querer comunicar con recato: «Así estamos bien». Las manos no parecían querer deshacer su encuentro fortuito. Mientras, los segundos transcurrían bajo el silencio más agitado de sus vidas. Comenzaron a cantar los grillos en el jardín y los dedos se cruzaron.
A través del tacto se conocían sus temperaturas, sus latidos; les permitía saber que la chica de enfrente seguía ahí, entre la escasa iluminación. Jugueteaban los dedos cuales mariposas. Les resultaba imposible estarse quietos a los dedos. Deseaban más, querían probar la flor; mientras más se alocaban, los cuerpos, aromas y alientos convertían los centímetros en milímetros, atraídos por la gravedad del contrario; gateaban sobre las sábanas buscando converger. En cuanto las puntas de las narices se tocaron, las respiraciones agitadas se hallaron sincronizadas a un mismo ritmo.
—¿Recuerdas cuándo nos conocimos? —dijo Jasmín.
Fue un susurro donde se tocaron los labios, que dio paso a una mano tentativa deslizándose por la espalda opuesta, como explorador en tierras nunca antes visitadas, con entusiasmo por descubrir cada roca y arroyo.
—Cómo olvidarlo —dijo Violeta.
—Tú tenías novio.
Las caricias se mezclaron con el recuerdo de los primeros días de bachiller. Una llevaba deportivas; la otra, tacones e iba colgada del brazo de un chico. Bastó una mirada. El tiempo se encargó de que lo que en un principio trataron de hacer vestir de amistad se acabara revelando como un profundo amor.
—Dime si te duele —dijo Jasmín y se hundió bajo el ombligo de Violeta.
Mientras los cabellos envolvían las piernas y las figuras se fusionaban, la penumbra iba dando paso a la total oscuridad. Esa noche, en el jardín, dos pequeñas vainas que eran mecidas juntas por el viento eclosionaron al unísono, revelando hermosos pares de alas plateadas de polvo estelar. Al partir revoloteando juntas, sus carcasas vacías quedaron atrás, como la prueba de que el mundo está hecho de crisálidas.
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